La costumbre procede de Centroeuropa, donde se usaba como símbolo para acompañar el tiempo de Adviento. La corona se prepara con ramas verdes entrelazadas, generalmente de pino o abeto, que son de hoja perenne y no la pierden en invierno, como Dios tampoco cambia y es inmortal. Incluye cuatro velas: tres de color violeta y una rosa. En la misa de cada domingo iremos encendiendo una más, hasta llegar a la Navidad.

La vela de color rosa corresponde al tercer domingo y representa el gozo. La lectura de Filipenses 4, 4-5 dice: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca».

El simbolismo de la luz de las velas, con más fuerza en los países del norte, donde el invierno es más largo y oscuro, nos habla de la iluminación interior (la que vence a la oscuridad del pecado y a la ofuscación del error) que crece con la cercanía creciente del que viene, Cristo, Luz del Mundo.

En casa y en familia también podemos preparar una corona de Adviento e ir encendiendo las velas mientras cantamos y leemos el evangelio en un rato de oración cada semana.